Releyendo El mundo de Sofía, me doy cuenta de la gran influencia que tuvo ese libro en mi vida. Me maravilló la manera que tenía el autor de hablar de filosofía, y las teorías que fueron sucediéndose en el mundo (occidental). Leía las ideas, me empapaba de sus locuras, y sentía que debía superar de algún modo a todos aquellos canallas que tuvieron el placer de pensar primero. Al final, todo se reduce a mi afán por elevarme sobre los demás, y señalarles el suelo. Los demás, a parte de mí. Yo y Ellos. Nosotros. ¿Quiénes somos?
Sofía Amundsen recibe aquella carta, al comienzo del libro, en la que sólo se podía leer "¿Quién eres tú?". La niña empieza a preguntarse quién es ella (cosa que acaba respondiendo al final). Sofía Amundsen, se dice a sí misma. ¿Y si no se llamara Sofía Amundsen sería otra persona? Ella cree que no. El nombre no importa. Pero si se apellidara García. ¿No tendría unos padres españoles y estaría viviendo en otro lugar (o en otro tiempo)? Probablemente. Pero nadie le pregunta quiénes son sus padres, sino quién es ella. Su identidad. La que la diferencia de otras niñas suecas. Claro que ella tiene su propia personalidad y cuerpo, su propio adn.
Pero la identidad es lo que demuestra su diferencia y singularidad de cara al resto del mundo. Somos lo que nos llaman. Cuando nos identifican como un número, es en un número en lo que nos convertimos. Para ellos. Para los demás. A veces nos reconocen por la ciudad de la que venimos o por el país del que apenas conocemos nada. Simplemente por el origen, que se hace más patente cuanto más lejos estamos de casa. Somos portugueses, o somos alemanes o somos españoles. Y dependiendo para quién, podemos ser europeos, occidentales o asiáticos. Además, nuestro verdadero origen puede importar bien poco si somos negros, hispanos o chinos. Puedes vivir toda tu vida en un país, y seguir siendo extranjero. Nos clasifican en razas o etnias, como perros. Pero nuestra condición social también clasifica. Cubrimos nuestras necesidades físicas y sociales o vivimos en la pobreza. Incluso podemos distinguir entre aquellos que están ávidos de recursos, o aquellos que apenas los logran. Somos unos pijos o somos unos pordioseros. La religión también puede marcar severas diferencias o la ideología política. Eres un facha o eres un rojo, en cualquier caso eres moro y me das asco.
Esto además implica que se nos puede colgar una etiqueta, que se nos adjudiquen unas características que, se nos asemejen o no, se nos presupongan por el hecho de ser de un origen, etnia o afinidad política. Son prejuicios, pero ¿tienen algo de cierto?
¿Existimos como colectivo?. El entorno donde nos desarrollamos marca nuestra personalidad y ya sea en mayor o menor grado, sin duda, deja una huella imborrable. Adquirimos una cultura colectiva, una manera de comportarse común. Y nos gusta que queden patentes esas diferencias. No somos como ellos. Ese pensamiento posee una dualidad. Por un lado admitimos que somos diferentes, y esto nos aporta una riqueza cultural. Un valor propio que atrae la curiosidad y nos hace a todos interesantes. Por otro lado, somos diferentes y nos repugnamos por ello. Vemos al otro con desconfianza, miedo, odio. Nos sumergimos más en nuestra identidad colectiva y no nos importa en absoluto aquellos que estén fuera del círculo. Puede pasar a la inversa. Podemos asquear nuestro círculo social o pensar que no tenemos ningún vínculo con nuestros supuestos semejantes, y entonces, salir de él, y darnos cuenta de que nos parecíamos más de lo que creíamos.
Una película me motivó para escribir este artículo o texto. Poco tiempo más tarde volví a motivarme pero no escribí ni una línea. Ha pasado más de un mes y sigo volviendo a esta página para terminar de escribir lo que quiero decirle al mundo, o a mi mismo por escrito. Cada vez que recuerdo aquella película, vuelvo aquí. Se titulaba Hotel Rwanda. Trata sobre el genocidio que se cometió en Ruanda en 1994, y que sucedió gracias a la complicidad de todos. La economía geopolítica, la historia, los medios de comunicación, la ignorancia y la pasividad de los demás. Se dieron muchos factores, y aún así sigo preguntándome cómo es posible algo así. La gente consideró que sus vecinos, sus hermanos no formaban parte de su identidad colectiva. Creían firmemente que los otros no eran personas. Eran cucarachas. Y por ello los mataban a cuchillazos. Hombres, mujeres, niños. Y esto era lo mejor que les podía pasar. Muchas mujeres o niñas pequeñas fueron violadas brutalmente. En fin… podría explayarme para hacer sentir mal al lector, pero para eso está la película. Es difícil igualmente entender como podemos ser tan crueles con los animales, los otros habitantes del planeta, pero es más difícil entender como podemos llegar a tener tanto odio, tantísimo odio y rabia en nuestro interior como para poder cometer tales barbaridades contra otros seres humanos. Quizá sea fácil para mí decir eso. Para entenderlo deberíamos meternos en la piel de un hutsu ruandés. O de una víctima tutsi. Pero, tratando de hacer una pequeña comparación, que no equiparación, podemos recordar la guerra civil española. Quién tenga familiares entre los republicanos, podrá sentir la rabia e impotencia del perdedor y la sed de venganza. Alguna vez me he imaginado matando a gente. A mucha gente. Y la rabia me acompañaba. En mi ensoñación, no sentía lástima por nadie, sólo odio y desesperación. Quizá es lo que sintieron aquellos que acuchillaban y violaban. Quizá podría hacerlo yo también. Pero, de todos modos, me costaría entenderme. ¿Cómo se puede hacer tanto daño? Estas cosas me hacen detestar las identidades colectivas. No obstante, el grupo también puede protegernos. Acogernos en su seno. Nunca más nos sentiremos solos, pues somos uno más de un todo. O eso creemos.
Y si existe una identidad colectiva, ¿Quién soy yo? ¿Soy un ser independiente? Espero que sí. Tengo mi propia personalidad y puedo tomar mis decisiones. No necesito a los demás, pero, por favor, que no me abandonen en un bosque. Necesito vivir rodeado de gente. De acuerdo, soy uno de ellos, pero soy. Yo soy. Y ¿quién soy? Bueno, ¿a ti qué te importa?, desconocido. No sé quién eres. Pero yo sé quién soy. O por lo menos sé quién soy para los demás. No me conocen completamente. Existen partes de mi que nadie conocerá nunca. Quizá algún día alguien explore entre los recovecos más íntimos de mi cabeza. Preferiría que no. Desearía que sí. Es complicado entregar a otro individuo todo lo que hay en nuestra cabeza, todo lo que pensamos, recordamos, todo lo que somos. Creo que es eso a lo que llaman Amor. Investigaremos sobre ello.
Pero, de repente, me ha surgido otra pregunta. He dicho anteriormente “todo lo que somos”. Y ¿qué somos? Nos preguntábamos, o me preguntaba yo sólo (no sé por qué hablo en plural) por nuestra identidad social. Qué somos para los demás. Pero ¿qué somos realmente? Seres humanos. Animales mamíferos. Organismos pluricelulares. Realmente somos una obra de arte de la naturaleza. Tenemos una capacidad de adaptación y supervivencia bastante alta. Podemos mirarnos desnudos ante el espejo y decir ¡guau! Qué perfección (algunos más que otros). Somos un 70% agua. El resto es piel, huesos, órganos, vísceras y demás tejidos que desconozco. Pero si morimos, o mejor dicho, cuando muramos (todos moriréis) ¿seguiremos siendo nosotros? En mi opinión no. Quedaran nuestros cuerpos inertes. Esto es, somos unos cuerpos vivos y algo más.
Permanezcamos desnudos, mirándonos al espejo. Después de haber recorrido con la mirada nuestro ser físico, lo que hay, lo que se puede tocar, mirémonos a los ojos. Fijamente. ¿Qué hay? ¿El alma? ¿alguien ha demostrado que exista? Entonces dejemos esa estupidez. Nos miramos a los ojos y vemos un ser consciente, medianamente inteligente. Estamos con nosotros mismos. Nuestro pensamiento. Nuestra personalidad. Nuestro ser. Se encuentra en el cerebro. Y básicamente es lo que somos. Cuando pensamos en ser o cuando pensamos quién ha ganado el partido, nuestro pensamiento parte de allí. Nuestra consciencia es el cerebro. Entonces ¿somos nuestro cerebro? Al igual que el cuerpo aloja nuestro cerebro, éste también aloja aquello que nos permite pensar. ¿Y qué es exactamente lo que nos permite pensar? La verdad es que no conozco muy bien (por no decir nada) el funcionamiento del cerebro. Acabo de leerlo en el wikipedia, (la actual fuente de conocimiento común) y no me ha quedado muy claro. Para qué voy a mentir. Puesto que esto no va a leerlo nadie, sería mentirme a mi mismo. Pero creo que lo que nos permite pensar, por donde discurren nuestros pensamientos y aquello que somos, es la bioelectricidad que sirve de conductor para los neurotransmisores, unas sustancias químicas que provocan la transmisión del sistema nervioso. Supongo que no lo he entendido bien. Pero, en definitiva y para acabar esta basura, creo que en realidad sólo somos unas corrientes eléctricas en un tejido orgánico. Sólo eso. Algo minúsculo determina nuestra forma de ser y quiénes somos. Aunque podemos necesitar toda la vida para saberlo con certeza. Y es posible que, llegado el momento, nos equivoquemos. No somos nadie….