sábado, 11 de junio de 2011

La democracia, un arma en contra de la libertad


No hay nada más contradictorio que decir que la democracia no es un instrumento para otorgar la libertad a los individuos que componen una sociedad. El sistema democrático permite a los ciudadanos expresar su opinión a través del voto escogiendo a sus representantes en las cámaras legisladoras. Claro está que no todos los sistemas democráticos son iguales, y que muchos de ellos tienen carencias que son inadmisibles en otros, mientras que estos otros tienen a su vez ciertos elementos que se acercan o se alejan de forma gradual a aquellos estados de derecho con leyes que aseguran de una forma más “amplia” la libertad de los individuos. De todas maneras, existen una serie de directrices aceptadas internacionalmente que marcan lo que es un “verdadero” sistema democrático, a instancias de las variantes que puedan existir en la realidad. Estas directrices tratan de aplicar en las sociedades reales ese ideal de democracia que ha perdurado durante milenios. El poder del pueblo como derecho per se y como única posibilidad de conseguir el bienestar y la justicia para todos los que forman esa unidad colectiva. El problema y la cuestión de este pequeño ensayo es el siguiente. ¿Es posible que la gente sea realmente capaz de decidir lo que es mejor para sí misma?


Se habla en muchos textos sobre cuáles son los mecanismos para hacer de un sistema el más adecuado para que la gente pueda tener un verdadero e igualitario acceso al poder y una completa libertad de expresión para poder decidir qué es lo que quieren, es decir, para que la gente tenga efectivamente el poder. No obstante, no se valora la capacidad del ser humano para autogobernarse. Cuando pensamos en un gobierno imaginamos una pequeña élite, elegida o no por sufragio universal, dominando y supuestamente, gestionando los recursos del resto de la población con el fin, nuevamente en el supuesto, de redistribuir la riqueza y orientar sus actividades al beneficio de esa población. Pensamos en un gobierno a nivel macro, esto es, en un estado con millones de ciudadanos. Pero extrapolemos el término gobierno a nivel micro, en el sentido de gestionar un hogar. Lo que se conoce por economía doméstica. Aquellos individuos que tienen a su cargo otras personas, como niños, ancianos u otros dependientes, o incluso aquellos que viven solos y que sólo deben gestionar su economía propia y preocuparse de cubrir sus necesidades básicas con una libertad total de hacerlo como quieran. Sin olvidar por un momento las circunstancias que rodean a los ciudadanos y que repercuten en sus vidas, como son la economía global, la situación del estado y otros elementos externos que escapan a su posibilidad de acción, es también cierto que estas circunstancias inciden por igual en otros muchos actores que se desenvuelven diversamente en el mismo escenario. Es decir, que no sería objetivo señalar los estímulos externos como los únicos responsables de una situación u otra (En este punto, podría llegarse a un debate con algunas corrientes de la psicología y de otros campos).


Los individuos pueden fracasar en la gestión de su economía doméstica debido en parte a su ineptitud personal, independientemente de las causas ajenas a ellos mismos. De hecho, algunos fracasan en un contexto favorable, siento prácticamente responsables por completo de su idiosincrasia. Llegado a este punto, podríamos pensar que estos individuos que hemos mencionado podrían encontrarse en desventaja debido a su ineptitud, como puede ser un disminuido. Pero quiero hacer hincapié en la mayoría. En la gran mayoría. Aquellos que designamos como mentalmente sanos y adultos con capacidad de voto. De esta mayoría, existe un porcentaje, que variará entre países, de personas que fracasan en su economía micro, que se equivocan constantemente o que no han sabido salir airadamente de una dificultad con éxito. Son los casos en los que un Estado de Bienestar se hace cargo y asume la responsabilidad mediante subsidios o lo que corresponda. Pero la pregunta es ¿están estos ciudadanos, aun habiendo fracasado en sus respectivas economías domésticas, capacitados para decidir racionalmente sobre quién debe gestionar un estado de millones de personas para el beneficio de todos o tan siquiera para el beneficio propio?


Quizá este ensayo no está siendo lo suficientemente conciso. Olvidémonos de los últimos dos párrafos. En realidad, muchos tenemos dificultades para llegar a fin de mes. Y entre nosotros, existen algunos que ahorran más y otros que disfrutan más la vida. ¿Quién es mejor gestor de su poder adquisitivo? ¿Quién aprovecha más esta vida lánguida pero breve al mismo tiempo? La respuesta sería difícil, afortunadamente no somos todos iguales y no tenemos porque gestionar o vivir nuestra vida de igual forma. No obstante, en un estado TODOS compartimos gobierno y a todos repercute la forma de gestionar de ese grupo de representantes que hemos elegido mediante una elecciones supuestamente libres y competitivas. Y gracias a nuestra diversidad y a nuestras distintas formas de pensar, nos decantamos por distintas opciones que pintan, en el mejor de los casos, un parlamento multicolor. Multipensante. Desgraciadamente, necesitamos una jerarquía, un gobierno que domine sobre el resto para gestionar de una forma más ágil y eficaz los asuntos de estado. Y esto se consigue con una mayoría que domine sobre el resto. Esto es, pasamos de la democracia al poder de la mayoría, que ya no es toda la población, sino una parte de ella. Por supuesto, no tendría más sentido que una minoría decidiera sobre una mayoría, aunque esta pueda equivocarse. ¿Y qué es equivocarse? Obviamente, no diré aquí qué opción política es mejor o peor. Pero espero no ser subjetivo cuando digo que la mejor opción como individuo y como parte de un colectivo es elegir la opción que nos beneficie. Si no nos importa el colectivo y no creemos en la redistribución de la riqueza (la forma del estado no es un dogma), por lo menos acertar es escoger lo que “realmente” más nos interese como individuos o como miembros de un grupo determinado.


El problema, y este es el punto central de este texto, es cuando elegimos algo voluntariamente que no queremos, es decir, cuando creemos que algo nos va a beneficiar y nos perjudica. Eso es equivocarse, eso es cometer un error, y afirmo, a través de la experiencia que supone ser testigo de un llamado sistema democrático, que existen ciudadanos que no saben qué es lo que van a votar, que acuden confusos a las urnas depositando la papeleta como una ficha en una ruleta de casino. Votan por su propio bien, votan por el bien del colectivo o por la dignidad de los animales, pero fallan en todos los casos, porque han sido engañados, fueron manipulados y su única forma de potestad ha servido para ensanchar la voluntad de otros. Ese es el problema. Vamos a poner un ejemplo típico (tan típico que debería pedirse disculpas cada vez que se utilizara). Cuando Hitler llegó al poder en 1933 mediante unas elecciones, no hubiera sido tan lamentable si los alemanes hubieran sido verdaderamente tan fascistas y asesinos en potencia como lo fue la camarilla del fürher. Lo triste (a parte de muchas otras cosas) fue que los ciudadanos no sabían todo lo que iba a suceder posteriormente, y las consecuencias que esa decisión iba a tener sobre los demás, y sobre ellos mismos.


Pese a que no tengo ni tan siquiera un conocimiento aproximado sobre antropología (ciencia ignorada para poder hablar con criterio del instinto del hombre), es palpable a simple vista la manipulabilidad del ser humano. Existen estudios que demuestran esta afirmación y otros que diseñan técnicas para perfeccionar una forma sutil de manipular a una persona y orientar sus pensamientos o deseos hacia un lado u otro (publicidad, propaganda, medios de comunicación, religiones, etc). Entonces, por un lado tenemos una libertad total (o parcial) de decidir quién queremos que nos gobierne, y por otro lado somos constantemente bombardeados con técnicas de manipulación para dirigir nuestro voto. Pasaríamos del poder de la mayoría a la psicocracia, el poder de la mente. Pero como existe una oligarquía poderosa detrás de todo este escenario de mentiras y manipulación, lo dejaremos en plutocracia. Sin embargo, esta minoría necesita de la democracia para legitimarse. Al fin y al cabo, precisa de esta mayoría conducida para llegar al poder. Debe ser un espectáculo a gran escala. Aquí viene el segundo punto de la cuestión. Hemos mencionado anteriormente que por fortuna no somos todos iguales. Algunos somos más manipulables y más sensibles a ciertos mensajes de lo que lo son otros. Quizá sea por biología, quizá debido a la cultura, por la condición social o simplemente por la edad. El caso es que no todos sabemos lo mismo, no tenemos la misma experiencia o la misma independencia ideológica, pero nuestros votos valen por igual. Es justicia social y se ha luchado mucho para alcanzar esta meta. Otro ejemplo. Una catedrática en ciencias políticas podrá conocer los programas electorales a fondo de cada partido, recordar los últimos 50 años de gobiernos, quién hizo qué y tener un conocimiento amplio sobre economía y cómo aplicar políticas sociales. Pero su voto vale lo mismo que un anciano desvinculado de la actualidad, con un vago y confuso recuerdo sobre quien gobernó y cuando, y con una ignorancia total sobre aquello que no esté relacionado con su vida en una pequeña aldea de montaña. ¿Quién decidirá que es mejor para millones de personas? No lo sabemos. ¿Pero quién será, probablemente, capaz de resistir ante una multimillonaria campaña propagandística y decidir lo que es mejor para sí mismo?


La ponderabilidad del voto, es decir, otorgar diferentes valores de voto entre los ciudadanos no es una solución, por lo menos una solución simple y arbitraria. Los menores de 18 años no pueden votar. ¿por qué? Supuestamente por su potencial manipulabilidad. ¿Y los mayores de 70 años no son igualmente manipulables? ¿No están muchos de ellos desvinculados de la realidad actual? Lo cierto es que el descontento y alejamiento de la sociedad hacia los políticos que les representan es una constante en los pueblos, contrapuesta con las grandes mayorías y bipolaridades existentes en los parlamentos, prueba de ello son las manifestaciones que comenzaron en España el famoso 15 de Mayo del 2011. La falta de memoria, no ya histórica, sino la reciente, la ignorancia y la manipulación mental hacen de la democracia un arma que dispara en contra de aquellos a los que ha de proteger, tergiversando totalmente su uso primario.


Algunos animales no forman parte de la naturaleza, en cuanto a que no han sido moldeados por la ley de la supervivencia, sino que los hemos modificado nosotros. Sólo para nuestros intereses. ¿Y si alguien nos hubiese moldeado y permitido vivir sólo para mantener este sistema? Seríamos como cerdos alimentados con falsas esperanzas por otros cerdos. ¿Qué importa quien nos gobierne si finalmente los llamados eufemísticamente “mercados”, es decir, los inversores, personas que poseen casi todo el capital en sus cuentas, son los que finalmente deciden por nosotros? ¿Qué pasa si a los inversores no les gusta el candidato que hemos escogido? ¿Qué pasa si los protectores del sistema deciden controlar la disidencia, manipulando nuestra única forma de protesta?


Esto parece un círculo vicioso orweliano del que no puede salirse sin una formación e información libre (plural y veraz), algo casi imposible cuando son los propios beneficiados del sistema quienes controlan los medios y la educación. Una posible solución, que expuso un compañero de clase entre las carcajadas del resto, serían parlamentos más representativos ¿por qué 200 diputados cuando pueden votar a través de la red 40 millones? También la adaptación del sistema ejecutivo, legislativo y judicial a las nuevas tecnologías y su “efectiva” separación, aunque esto ya parezca una utopía. Y por supuesto elecciones no sólo libres y competitivas, también igualitarias, donde un sistema pueda ser gobernado por múltiples opciones y no esté encaminado al mantenimiento de un poder establecido, para que sea un auténtico absurdo decir que la democracia es un arma en contra de la libertad.

domingo, 25 de abril de 2010

¿QUIÉNES SOMOS?


Releyendo El mundo de Sofía, me doy cuenta de la gran influencia que tuvo ese libro en mi vida. Me maravilló la manera que tenía el autor de hablar de filosofía, y las teorías que fueron sucediéndose en el mundo (occidental). Leía las ideas, me empapaba de sus locuras, y sentía que debía superar de algún modo a todos aquellos canallas que tuvieron el placer de pensar primero. Al final, todo se reduce a mi afán por elevarme sobre los demás, y señalarles el suelo. Los demás, a parte de mí. Yo y Ellos. Nosotros. ¿Quiénes somos?

Sofía Amundsen recibe aquella carta, al comienzo del libro, en la que sólo se podía leer "¿Quién eres tú?". La niña empieza a preguntarse quién es ella (cosa que acaba respondiendo al final). Sofía Amundsen, se dice a sí misma. ¿Y si no se llamara Sofía Amundsen sería otra persona? Ella cree que no. El nombre no importa. Pero si se apellidara García. ¿No tendría unos padres españoles y estaría viviendo en otro lugar (o en otro tiempo)? Probablemente. Pero nadie le pregunta quiénes son sus padres, sino quién es ella. Su identidad. La que la diferencia de otras niñas suecas. Claro que ella tiene su propia personalidad y cuerpo, su propio adn.


Pero la identidad es lo que demuestra su diferencia y singularidad de cara al resto del mundo. Somos lo que nos llaman. Cuando nos identifican como un número, es en un número en lo que nos convertimos. Para ellos. Para los demás. A veces nos reconocen por la ciudad de la que venimos o por el país del que apenas conocemos nada. Simplemente por el origen, que se hace más patente cuanto más lejos estamos de casa. Somos portugueses, o somos alemanes o somos españoles. Y dependiendo para quién, podemos ser europeos, occidentales o asiáticos. Además, nuestro verdadero origen puede importar bien poco si somos negros, hispanos o chinos. Puedes vivir toda tu vida en un país, y seguir siendo extranjero. Nos clasifican en razas o etnias, como perros. Pero nuestra condición social también clasifica. Cubrimos nuestras necesidades físicas y sociales o vivimos en la pobreza. Incluso podemos distinguir entre aquellos que están ávidos de recursos, o aquellos que apenas los logran. Somos unos pijos o somos unos pordioseros. La religión también puede marcar severas diferencias o la ideología política. Eres un facha o eres un rojo, en cualquier caso eres moro y me das asco.

Esto además implica que se nos puede colgar una etiqueta, que se nos adjudiquen unas características que, se nos asemejen o no, se nos presupongan por el hecho de ser de un origen, etnia o afinidad política. Son prejuicios, pero ¿tienen algo de cierto?


¿Existimos como colectivo?. El entorno donde nos desarrollamos marca nuestra personalidad y ya sea en mayor o menor grado, sin duda, deja una huella imborrable. Adquirimos una cultura colectiva, una manera de comportarse común. Y nos gusta que queden patentes esas diferencias. No somos como ellos. Ese pensamiento posee una dualidad. Por un lado admitimos que somos diferentes, y esto nos aporta una riqueza cultural. Un valor propio que atrae la curiosidad y nos hace a todos interesantes. Por otro lado, somos diferentes y nos repugnamos por ello. Vemos al otro con desconfianza, miedo, odio. Nos sumergimos más en nuestra identidad colectiva y no nos importa en absoluto aquellos que estén fuera del círculo. Puede pasar a la inversa. Podemos asquear nuestro círculo social o pensar que no tenemos ningún vínculo con nuestros supuestos semejantes, y entonces, salir de él, y darnos cuenta de que nos parecíamos más de lo que creíamos.


Una película me motivó para escribir este artículo o texto. Poco tiempo más tarde volví a motivarme pero no escribí ni una línea. Ha pasado más de un mes y sigo volviendo a esta página para terminar de escribir lo que quiero decirle al mundo, o a mi mismo por escrito. Cada vez que recuerdo aquella película, vuelvo aquí. Se titulaba Hotel Rwanda. Trata sobre el genocidio que se cometió en Ruanda en 1994, y que sucedió gracias a la complicidad de todos. La economía geopolítica, la historia, los medios de comunicación, la ignorancia y la pasividad de los demás. Se dieron muchos factores, y aún así sigo preguntándome cómo es posible algo así. La gente consideró que sus vecinos, sus hermanos no formaban parte de su identidad colectiva. Creían firmemente que los otros no eran personas. Eran cucarachas. Y por ello los mataban a cuchillazos. Hombres, mujeres, niños. Y esto era lo mejor que les podía pasar. Muchas mujeres o niñas pequeñas fueron violadas brutalmente. En fin… podría explayarme para hacer sentir mal al lector, pero para eso está la película. Es difícil igualmente entender como podemos ser tan crueles con los animales, los otros habitantes del planeta, pero es más difícil entender como podemos llegar a tener tanto odio, tantísimo odio y rabia en nuestro interior como para poder cometer tales barbaridades contra otros seres humanos. Quizá sea fácil para mí decir eso. Para entenderlo deberíamos meternos en la piel de un hutsu ruandés. O de una víctima tutsi. Pero, tratando de hacer una pequeña comparación, que no equiparación, podemos recordar la guerra civil española. Quién tenga familiares entre los republicanos, podrá sentir la rabia e impotencia del perdedor y la sed de venganza. Alguna vez me he imaginado matando a gente. A mucha gente. Y la rabia me acompañaba. En mi ensoñación, no sentía lástima por nadie, sólo odio y desesperación. Quizá es lo que sintieron aquellos que acuchillaban y violaban. Quizá podría hacerlo yo también. Pero, de todos modos, me costaría entenderme. ¿Cómo se puede hacer tanto daño? Estas cosas me hacen detestar las identidades colectivas. No obstante, el grupo también puede protegernos. Acogernos en su seno. Nunca más nos sentiremos solos, pues somos uno más de un todo. O eso creemos.

Y si existe una identidad colectiva, ¿Quién soy yo? ¿Soy un ser independiente? Espero que sí. Tengo mi propia personalidad y puedo tomar mis decisiones. No necesito a los demás, pero, por favor, que no me abandonen en un bosque. Necesito vivir rodeado de gente. De acuerdo, soy uno de ellos, pero soy. Yo soy. Y ¿quién soy? Bueno, ¿a ti qué te importa?, desconocido. No sé quién eres. Pero yo sé quién soy. O por lo menos sé quién soy para los demás. No me conocen completamente. Existen partes de mi que nadie conocerá nunca. Quizá algún día alguien explore entre los recovecos más íntimos de mi cabeza. Preferiría que no. Desearía que sí. Es complicado entregar a otro individuo todo lo que hay en nuestra cabeza, todo lo que pensamos, recordamos, todo lo que somos. Creo que es eso a lo que llaman Amor. Investigaremos sobre ello.


Pero, de repente, me ha surgido otra pregunta. He dicho anteriormente “todo lo que somos”. Y ¿qué somos? Nos preguntábamos, o me preguntaba yo sólo (no sé por qué hablo en plural) por nuestra identidad social. Qué somos para los demás. Pero ¿qué somos realmente? Seres humanos. Animales mamíferos. Organismos pluricelulares. Realmente somos una obra de arte de la naturaleza. Tenemos una capacidad de adaptación y supervivencia bastante alta. Podemos mirarnos desnudos ante el espejo y decir ¡guau! Qué perfección (algunos más que otros). Somos un 70% agua. El resto es piel, huesos, órganos, vísceras y demás tejidos que desconozco. Pero si morimos, o mejor dicho, cuando muramos (todos moriréis) ¿seguiremos siendo nosotros? En mi opinión no. Quedaran nuestros cuerpos inertes. Esto es, somos unos cuerpos vivos y algo más.


Permanezcamos desnudos, mirándonos al espejo. Después de haber recorrido con la mirada nuestro ser físico, lo que hay, lo que se puede tocar, mirémonos a los ojos. Fijamente. ¿Qué hay? ¿El alma? ¿alguien ha demostrado que exista? Entonces dejemos esa estupidez. Nos miramos a los ojos y vemos un ser consciente, medianamente inteligente. Estamos con nosotros mismos. Nuestro pensamiento. Nuestra personalidad. Nuestro ser. Se encuentra en el cerebro. Y básicamente es lo que somos. Cuando pensamos en ser o cuando pensamos quién ha ganado el partido, nuestro pensamiento parte de allí. Nuestra consciencia es el cerebro. Entonces ¿somos nuestro cerebro? Al igual que el cuerpo aloja nuestro cerebro, éste también aloja aquello que nos permite pensar. ¿Y qué es exactamente lo que nos permite pensar? La verdad es que no conozco muy bien (por no decir nada) el funcionamiento del cerebro. Acabo de leerlo en el wikipedia, (la actual fuente de conocimiento común) y no me ha quedado muy claro. Para qué voy a mentir. Puesto que esto no va a leerlo nadie, sería mentirme a mi mismo. Pero creo que lo que nos permite pensar, por donde discurren nuestros pensamientos y aquello que somos, es la bioelectricidad que sirve de conductor para los neurotransmisores, unas sustancias químicas que provocan la transmisión del sistema nervioso. Supongo que no lo he entendido bien. Pero, en definitiva y para acabar esta basura, creo que en realidad sólo somos unas corrientes eléctricas en un tejido orgánico. Sólo eso. Algo minúsculo determina nuestra forma de ser y quiénes somos. Aunque podemos necesitar toda la vida para saberlo con certeza. Y es posible que, llegado el momento, nos equivoquemos. No somos nadie….

jueves, 4 de febrero de 2010

VIOLAR Y MATAR NO ES NADA MALO (ni bueno) I por Alejandro José P.E

Todos sabemos lo que es el Bien y el Mal. Aunque, a veces, hacemos caso omiso del significado de estas palabras para conseguir aquello que nos interesa, en el fondo entendemos qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Y lo sabemos porque nos lo han enseñado. Ellos (padres, profesores, religión, gobierno, televisión, instituciones, etc.) se han encargado de repetírnoslo una y otra vez para que siempre lo tengamos en cuenta. Sólo haciendo las cosas que están bien y evitando las cosas que están mal, podemos ser buenas personas. Y por supuesto queremos ser buenas personas. O por lo menos queremos que los demás piensen que somos buenas personas. Podemos decir de alguien que tenga una autoridad sobre nosotros, que es un hijo de puta, un cabrón, un mal nacido, un estúpido retrasado, un desgraciado soplapollas procedente del vómito de un perro y demás improperios. Pero decir que es una mala persona sería pasarse. No lo decimos a menos que lo creamos en serio.

Si lo pensamos un poquito, caeremos en la cuenta de que las palabras Bien y Mal están muy presentes en nuestras vidas. De modo que si queremos hablar sobre este tema deberemos preguntarnos (me encanta preguntarme cosas) qué significan estas palabras. ¿Qué es el Bien y qué es Mal? ¿A qué cosas les atribuimos el término bien y a cuáles bla bla (sabéis lo que iba a decir)?. Bueno, podríamos mirarlo en el diccionario. Es como la fuente de conocimiento común. Pero para buscar esta fuente, este pensamiento único, deberemos remitirnos a la Wikipedia. La enciclopedia más utilizada en Internet. A la que casi todo el mundo (de aquellos que utilizan Internet, claro está) acude para conocer cualquier cuestión que se pregunte. Pero ya hablaré en otra ocasión de esta fuente de información. Sobre el Bien dice lo siguiente:

El bien es el valor otorgado a una acción de un individuo, es una inclinación natural a fomentar lo deseable, motivado por una comprensión del entorno, de las personas (por ejemplo a través de un profundo ejercicio de la empatía) y/o de uno/a mismo/a.

¿Qué os ha parecido? Antes de considerarla, vayamos directamente a la del Mal.

“Mal es el término que determina la carencia de bondad que debe tener un ente según su naturaleza o destino. De esta forma, el mal es el valor otorgado a algo que reúne dicha característica, en ocasiones apartándose de lo lícito u honesto, perpetrando desgracia o calamidad, convirtiéndose en consecuencia en malo.

También podría exponer la definición de estos dos conceptos desde el punto de vista de filósofos muertos, religiones extintas o cualquier otro que haya hablado sobre ello. Es algo sobre lo que se ha pensado mucho. Como ya he dicho, está muy presente en nuestras vidas. Por eso, no voy a aburrir al lector copiando y pegando opiniones, como también han hecho otros antes. Soltaré mi mierda y ya está.

En la definición de Bien de la wikipedia en Español, nos habla de ello como un “valor” que se otorga a aquel que fomente lo “deseable” de las personas y/o de uno mismo. Además, nos dice que es un instinto natural. Vaya. A lo mejor es la definición más correcta. No lo sé. Pero todo me parece muy discutible. ¿Y en la del Mal? El Mal es la ausencia de bien, y el valor que se le otorga a algo que fomente la desgracia. Vale, tampoco voy a perder el tiempo echando por tierra estas definiciones. Para eso está el maldito foro (qué lo es) de discusión de la Wikipedia. Tan sólo los utilizaré como punto de partida. Entonces ¿Qué son el Bien y el Mal? Valores que se otorgan. Se otorgan suena a impersonal. Pero en realidad, las cosas no se pueden autootorgar. A ver si me explico. El word empieza a tacharme en rojo. Mal vamos. (uy, he dicho mal, he otorgado un valor a mi situación ¿o se ha autootorgado la situación el valor malo? No, simplemente word ha dicho incorrecto, y yo lo he otorgado, vale,vale, más despacio…). Punto y a parte para aclarar ideas. Aoejfasodjfadojfqaoe. Qué os perdéis… seguidme.

Estos conceptos son valores. Los valores se valoran. ¿Quién valora? ¿Una muñeca hinchable usada? ¿El universo? ¿Un perro? A lo mejor valora si la comida es buena o mala. Entonces, los perros valoran. Hablaré de los perros más adelante… pero ¿quién valora y otorga los valores? ¿Quién crea Dioses y luego los envía al infierno? La maravillosa y apestosa humanidad. Otro tipo de perros. Por ejemplo, un insulto es una descalificación, es decir, una calificación. Bueno, pues mucha gente me dice que soy gilipollas. A lo mejor es verdad. Pero es una calificación. No un adjetivo. Yo soy moreno. Cuando estoy sólo en mi cuarto sigo teniendo el mismo asqueroso color de pelo (¿por qué no tendré el pelo del color del sonido?). Pero ¿sigo siendo gilipollas? No es una enfermedad. No se puede demostrar que sea gilipollas. Algunos pueden considerarme el puto amo, mientras otros pueden considerarme gilipollas. Pero es un valor que me otorga el ser humano. Sin humanidad, dejo de ser gilipollas, subnormal, bueno o malo. Estaréis pensando… que sí, que ya sabemos a dónde quieres llegar…..calma, ¡calma joder, ya voy al grano!. Es el ser humano quien otorga los valores del bien y el mal. Un valor positivo y otro negativo. Como plagiado de la electricidad. Está claro.

Vale ¿y en base a qué otorgan esos valores? ¿Por qué otorgan esos valores positivos y negativos? Por fomentar lo deseable o lo indeseable. Y otra pregunta más e intento escribir sin preguntas. Lo prometo. ¿Qué es lo deseable? Lo que nos conviene. Voy a intentar hablar de la humanidad en general. No voy a ignorar la cultura del hombre, pero seguro que en cada rincón del planeta cada pueblo tiene su concepto de bien y mal (incluso cada humano). Por eso, hablaré de los conceptos globalmente establecidos (y ya sabéis cómo se establecen las cosas) a nivel colectivo. Una vez he aclarado el sujeto, nos preguntamos por el objeto. A la humanidad le conviene la subsistencia. Continuar y crecer y permanecer inmortal en el tiempo. Es decir, queremos vivir, disfrutar la vida, y que nuestros hijos (muy probablemente los tendremos, aunque digamos que no) vivan, y así, así, hasta que todo se vaya al caralho, y cuando más tarde sea eso, mejor. Como cualquier otra especie animal. Ya veis, detrás de unos conceptos filosóficos, subyace la biología del planeta. Se trata de sobrevivir. El mundo natural es capitalista. Sólo sobreviven los mejores. Qué curioso, el neoliberalismo irresponsable proviene directamente del instinto. La solidaridad es lo cultural, lo antinatural ¿o no?.Pero ya hablaremos del capitalismo en otra ocasión. Y también dejamos más adelante lo del instinto y la cultura. Por eso he dejado lo de los perros. Madre mía, que cacao que llevo….

Creo que me he perdido. Vale, a ver, vale. Sí. Espera. Sí, vale. Tenemos un deseo biológico. Un objetivo a largo plazo. Sobrevivir. El conocimiento del bien y el mal nos ayuda a alcanzar este objetivo, a la vez que marcan las reglas del juego. Si queremos sobrevivir, tendremos que hacer el bien, pero si hacemos alguna cosa mal, moriremos y nos quemaremos en el infierno sufriendo una lenta y larga agonía. Vera sophia….

¿Y cómo se hace el bien? Ayudando al prójimo y a ti mismo. Parece un problema y una solución. Una absurda ecuación. Si A se suma 1, será A+1, de lo contrario, sería A0 o incluso A-1. No, amigos míos. Esta mierda matemática no puede ayudaros. A no ser que introdujéramos variables, bla, bla. Y tampoco. Por ejemplo. Tienes que ayudar a un grupo de gente, pero al hacerlo estás condenando a otras personas a la muerte. Y viceversa. Tienes simpatía por ambos grupos. Desde tu punto de vista y tus convicciones morales, ambos se lo merecen (acabo de recordar que no había mencionado la palabra moral). ¿A quién salvas? ¿Cuál sería la buena acción? ¿Dejarlos morir? Que respuesta más estúpida jajajjeajejaejaejaejej En el mundo real, los grupos no serían exactamente iguales. Cómo tampoco las acciones pueden ser esencialmente buenas, o esencialmente malas. Nada es blanco o gris. Hay toda una paleta infinita de tonalidades grises. Las matemáticas no pueden resolver todos los problemas, porque no todos los problemas pueden ser resueltos, ni tienen solución (aquí podrían discrepar muchos).

VIOLAR Y MATAR NO ES NADA MALO (ni bueno) II por Alejandro José P.E

Voy a empezar a poner ejemplos y aquí viene lo interesante del texto. Todo lo que habéis leído hasta ahora es pura mierda. Cuando pensé en escribir esta entrada, pensé en los ejemplos. Aunque este se me acaba de ocurrir. Si un padre le compra una muñeca a su hija para hacerla feliz ¿es una buena acción? Bueno, es su padre. Casi es una obligación. Y es un bien que se ha hecho a sí mismo. Es su hija, su descendencia. La supervivencia de su memoria. Podría habérsela comprado a la niña más pobre del barrio también… el desinterés debería ser un requisito para hacer el bien. Si no, se trata de un intercambio. Cómo cuando una empresa regala su producto a cambio de publicidad. Está entregando un bien, a cambio de otro bien. Intercambio de bienes. Eso es comercio. El comercio puede fomentar lo deseable. Pero no se hace con el objetivo de fomentar lo deseable en los demás, pero sí lo deseable para uno. Bueno, podría aceptar que se trata de un bien para uno mismo. Pero, ¿y si el padre ha comprado una muñeca fabricada por una niña a la que le obligaban a trabajar a base de hostias? El padre está fomentando desgracias en aquella niña… Sin embargo, él no lo sabía. No tiene la culpa de la situación económica mundial. Sólo es un pequeño actor. ¿Y si lo sabía? Todos, o muchos, hemos oído noticias sobre cómo se fabrican las cosas que son muy baratas (incluso las caras). Él lo ha oído por las noticias, incluso ha tenido una charla con algún amigo. No le parece bien. Pero, no tiene dinero para comprarle una muñeca más cara y fabricada con garantías (supuestas garantías). La compra, aunque se siente un poco mal.

Pobre hombre. Para que su hija pueda ser feliz, otros niños tienen que sufrir. Qué mundo más maravilloso, Louis. Este padre está haciendo el bien a los de su entorno. Y, además, causando desgracia a gente que no conoce. ¿O sí los conoce? Tiene un amigo que fabrica muñecas, sin embargo, él compra las más baratas. Así que su amigo pierde el trabajo porque la gente no compra las muñecas de su fábrica. El padre, a quien no le importa el sufrimiento de aquellos que no conoce, cosa que podemos entender, que no justificar, se siente mal por su amigo. Así que decide no comprar esa muñeca a su hija, compra las muñecas con garantías, es decir, las muñecas que produce su amigo. Y entonces, aquella pobre niña desgraciada a la que dan de hostias para que trabaje más, pierde su trabajo ya que la gente ha dejado de comprar muñecas baratas fabricadas por niños torturados. Así que la obligan a prostituirse. El padre, que quería dejar de fomentar desgracias a niños esclavos y, sobre todo, fomentar el comercio local para que su amigo tuviera trabajo, no ha conseguido ninguna de las dos cosas. La niña ahora es puta. Y su amigo no ha recuperado el trabajo, porque su fábrica la han deslocalizado y transportado a un país donde esclavizan a más niños, así que él también acaba prostituyéndose. Aunque a su amigo sí le gusta prostituirse. Y ha encontrado un nuevo rumbo en su vida gracias a la prostitución homosexual. Su vida es mejor que cuando estaba en la fábrica. Pero eso es otro tema.

Volviendo a la seriedad, ninguna de las repercusiones importa, pues al padre no le interesa el bien del planeta, como a todos nosotros. Pero no he escrito todo esto para demostrar que somos todos unos hijos de puta, y el que no se lo considere es un hipócrita. Eso está claro. El quid de la cuestión es que a veces resulta imposible hacer el bien. Por no decir que es prácticamente imposible realizar una acción que fomente lo deseable para todas personas. Nunca llueve a gusto de todos (vaya, tanto texto, y al final la frase más típica lo resume). Incluso a veces, es muy difícil evitar acciones que no traigan desgracias a los demás. Y viceversa. Aunque intentáramos joder a todo el mundo, alguien saldría beneficiado. Puede ser frustrante ser el malo de la película. Hay una línea muy delgada entre los conceptos del bien y el mal. Es muy fácil decir que no te gusta robar cuando tienes un plato de comida caliente en casa desde que eres un niño. Pero cuando tienes hambre y nadie te alimenta, entonces robar pasa de ser un mal hábito a una necesidad. ¡Para, para, para un momento! ¿Pero qué coño estoy diciendo? ¿Es que me voy a poner a contar un rollo sobre mi moral precisamente en un artículo sobre el Bien y el Mal? ¡Eso es! Mi moral… o sea, la moral (Gracias Woodie, por tu egocentrismo contagioso).

Había olvidado mencionarla. Tenemos la moral, nuestra moral. Es aquella lista interiorizada sobre lo que está bien y está mal. Partimos de una base aprendida. Absorbemos la moral de la sociedad, de nuestros padres. Todos esos valores que resultan insostenibles provenientes de cualquier acción, cualquier humano. Sólo con nuestra existencia, sólo por nacer, ya estamos provocando desgracias al resto de seres vivos y destruyendo nuestro planeta (o por lo menos, llenándolo de basura). La mejor persona es una persona muerta, porque es imposible hacer el Bien. Pero creemos que existe. Y poco a poco, personalizamos esos valores, y tenemos nuestra propia moral. Que puede ser muy distinta de alguien que viva en otra cultura, o en el cuarto de al lado. Y justo cuando tenemos nuestra moral de barrio bien perfilada, te ves a ti mismo haciendo algo que pensaste que jamás harías. Y vuelves a cambiar de valores. Hasta que te das cuenta que podrías cambiar todos. Y podrías seguir sintiéndote bien contigo mismo. Por que ninguno de esos valores aprendidos es el definitivo. Ninguno de ellos es sagrado. Por que Dios no existe. No hay cielo e infierno. No se trata de ciencia. Es que nadie podría ir al Cielo o al infierno. Todos serían inocentes y culpables. Aquellos a quienes convirtieron cruel y despiadadamente en víctimas, pasan a ser verdugos. Y los verdugos, no obtienen la misericordia cuando acaban siendo las víctimas( de otro modo, no lo serían). En realidad, todos son víctimas. Del mundo natural. Por eso, no existe el Bien y el Mal (buf, me ha costado decirlo). Son valores egoístas, absurdos, imposibles e inexistentes.


Ahora, es ahora, cuando volvemos a lo de los perros, el instinto y la cultura. Los animales, esos seres cuyo comportamiento nos empeñamos en diferenciar del nuestro, distinguen lo que les conviene y lo que no les conviene (sobre lo que conocen, y lo que puedan conocer, si es que pueden conocer). Por ejemplo, para concretar y no meterme goles en propia meta, un perro sabe si le apetece comer un pastel, o tirarse a la perra del parque. No se pregunta si está bien follarse a la caniche de la vecina, si la perrita le dará su permiso o lo que puedan decir de él. Porque es lo que quiere hacer, en ese momento. Lo hace por instinto (a menos que obtenga un estímulo negativo repetidamente por parte de su dueño; palizón). Nosotros tenemos nuestra cultura. Nuestro lenguaje. Somos capaces de entender algo sin que nos den azucarillos. Tenemos nuestros valores, inventados antes por otros, y reinventados por nosotros, para alejarnos del deseo instintivo y conseguir el objetivo a largo plazo. La supervivencia. Podemos desear a una chica de 15 años, pero si la violamos, le crearemos un trauma que podría impedirle mantener relaciones sexuales en un futuro, y de este modo, impedir que tenga descendencia (que nadie piense que no es capaz ser influyente). E incluso si la matamos, después de violarla claro, ya hemos atentando decididamente contra la vida humana. Y eso no es conveniente para nuestra supervivencia. No fomentamos lo deseable hacia las otras personas. Y por eso, no está bien. Pero, en realidad el Bien no existe. Nos lo hemos inventado para sobrevivir. Pero es imposible, como nuestra supervivencia. Nada está bien o está mal. Sólo existe lo que nos conviene, y lo que no nos conviene. Y lo inconveniente, lo que ahora nos resulta inaceptable, el Mal, será conveniente cuando lo necesitemos.

Por eso niños, no está mal violar y matar a una menor, si no nos importa en absoluto la vida humana. Si no podemos empatizar con su sufrimiento, no estamos haciendo nada malo. Es incorrecto decir que un psicópata no diferencia el Bien del Mal. A nadie le importa si se dedica a torturar las ratas de su casa. Nos importa que nos ataque a nosotros (o a cualquier ser u objeto que protejamos). El problema de un psicópata es no saber discernir lo que es deseable para su entorno humano de lo que no lo es. Sólo es un niño incapaz de aprender la tabla del 1, castigado en la esquina, separado del resto de la clase, y más cerca del instinto que todos fueron dejando atrás. Supongo que el problema de un psicópata será más complejo. No tengo un conocimiento suficiente para hablar de estos temas psicológicos. Pero sí tengo el conocimiento (o el atrevimiento) de poder elaborar mis propias estructuras ideológicas. Acertadas o erróneas. Puedo reírme a carcajadas cuando se muera un bebé a mis pies o patearlo como un insecto, si el resto de la gente ignora el sufrimiento de un viejo mendigo agonizando en la calle. Quizá no tenga moral, pero es que la moral de los demás es absurda (egoísta, imposible e inexistente).

¿Qué ha querido decir todo esto? Que somos libres para rechazar nuestra cultura, hasta donde nuestro límite instintivo y natural nos permita. Nuestra realidad no marca las diferencias entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. La verdad no prevalece sobre el engaño. No hay ningún comportamiento censurable por el universo. ¿Significa eso que podemos hacer lo que queramos? ¿Significa que podemos robar, humillar, torturar y matar a quien nos plazca, y rechazar la empatía y solidaridad porque son comportamientos antinaturales? Sí y No. Podemos hacer lo que nos apetezca. Podemos volver al instinto, sin tener que afrontar ningún tipo de juicio divino o interior. Tan sólo cabe la posibilidad de ser enjuiciado por nuestro entorno humano (si os parece poco). Podemos ser como el resto de los animales, o podemos decidir definitivamente ser distintos. Trascender la ley del más fuerte del mundo natural, y colmar a la humanidad de aquello que llamamos humanidad. Un sentimiento de verdadero amor hacia el hombre. Sobrevivir, sí, pero sobrevivir con dignidad. Salvar algo que merezca la pena ser salvado. Disculpad… Mi moral, mi Bien y mi Mal están ahora presentes, aunque reniegue de ellos, aunque los ignore y los oculte en las profundidades de mi pensamiento, siguen ahí. Todavía no soy libre.

lunes, 6 de agosto de 2007

¿POR QUÉ EXISTE LA EXISTENCIA?

Alejandro José P.E a 6 de agosto de 2007

Si respondiera esta pregunta con lógica y todo el mundo creyera ( por que no habría ninguna forma de saberlo) que tengo razón, me convertiría en la persona más famosa e influyente del mundo, después, claro está, de cualquier cantante que aparezca en televisión. Por lo tanto, no voy a responder a la pregunta, voy a intentarlo. Podría explayarme nombrando a todas aquellas personas que han tratado de responder a la pregunta y han sembrado un camino de incertidumbres y razonamientos interesantes, pero ni los conozco ni me interesan. Tan sólo voy a ceñirme a la pregunta y voy a dejar aparte cualquier otra gilipollez o cuestión. ¿Por qué existe la existencia?¿por qué estamos aquí? Y no me refiero a que nuestros padres tuvieran una noche de locura y no tomaran precauciones. ¿Por qué existe todo? Y en cuanto a lo que existe ¿por qué es así y no de otra manera? Es decir ¿Por qué el espacio es negro y no es verde? O ¿por qué el universo está formado por átomos y no por escarabajos gigantes con forma de perro? ( este enunciado no tiene ningún sentido, no vale la pena tratar de razonarlo).

Si se pregunta sobre el principio a cualquier profesor o cualquier premio nobel en física que tengamos cerca, nos respondería explicándonos el principio del universo, aquel primer átomo donde se juntaba toda la materia que por razones aleatorias o desconocidas explosiono, es decir se hizo más grande, dando lugar a lo que hoy conocemos como la gran tortilla espacial o lo que es lo mismo, el universo. Sí, de acuerdo, es razonable. Y lo es, por que me han dicho que lo es, pero la verdad, tampoco lo he comprobado nunca. No obstante me lo creo como el resto del mundo, tiene sentido. Muy bien pero, ¿y de donde salió esa concentración de energía? ¿quién la puso ahí? ¿qué había antes?. Bueno, la física actual nos cuenta que es posible que ese átomo procediera de un universo anterior que se atrajo así mismo para volver a expandirse. Incluso puede que este proceso ocurriera varias veces y que en el futuro ocurra infinitas veces. Pero buscamos el origen. Antes de toda cadena de big-bangs, ¿qué había? Y no me vale la respuesta de que algún día la ciencia descubrirá el principio del big-bang. ¿Y por qué digo esto? Principalmente por que mi lógica, que es aquello que utilizo para elaborar mi razonamiento ( dado que no tengo absolutamente ningún conocimiento científico) se basaba en una premisa y es que todo tiene un principio. Todo lo que vemos tiene su origen, es decir, ha salido de alguna parte. Por lo tanto podríamos pensar que la materia tiene un origen desconocido que la ciencia quizá algún día comprenda. Pero como he dicho me basaba en esta premisa para comprender la existencia, ahora ya no. Ya que aunque descubriéramos el origen de la primera materia, deberíamos conocer el origen del origen de la primera materia, y después el origen del origen del origen de la primera materia hasta llegar a conocer el origen del origen del origen del origen del origen del origen del origen del origen del origen del origen de la primera materia hasta que la palabra origen perdiera su significado. Cada vez que encontráramos un principio deberíamos conocer el principio de ese principio lo que se convierte en una cadena infinita de principios. Por lo tanto no puede haber un principio. Es imposible.

¿Y si la existencia se creó de la nada? No podría ser por que esto contradice mi principal premisa. Nada sale de la nada. Y nadie me convencerá de lo contrario. Es imposible. Si no hay nada no se puede crear nada. Es como la frase popular que todo el mundo me dice cuando hablo. “De donde no hay…”. En este punto se puede llegar a pensar que la única opción es la de un Dios creador. Podría admitir la existencia de un Dios siempre y cuando se especifique su origen. Si Dios creo al mundo ¿Quién creó a Dios? Y si se creo así mismo ¿cómo pudo hacerlo sino existía? ¿con magia? De acuerdo pero ¿de donde salió esa magia? Lo que quiero explicar es cualquier cosa podría ser posible pero hay algo absoluto y es que no puede haber un principio sea de la forma que sea y que nada sale de nada. De modo que desechamos cualquier principio hipotético o creador místico.
Entonces, ¿es la existencia eterna?. ¿Siempre ha estado ahí?. Parece que es la única opción que nos queda. Que la existencia siempre haya permanecido y que siempre lo hará. Pero esto no contesta a la pregunta ¿por qué existe la existencia?. Bien, después de todas las estupideces anteriormente dichas, trataré de contestar a la pregunta. Por que ya los griegos y los mesopotámicos en el siglo… es broma. Vamos a ver, la lógica ( siempre con la lógica) nos lleva a pensar, como hemos dicho antes, que nada sale de la nada. Luego la existencia no pudo salir de la nada. Esto es, en ningún momento ha habido nada pues en ese caso no hubiera podido existir la existencia. Esto quiere decir que es de lógica aplastante que la existencia siempre ha existido sencillamente por la razón de que no podría no existir. ¿Por qué existe la existencia? En primer lugar por que no es posible la no existencia. Podría decirlo más claro pero no podría explicárselo a un niño de 3 años.
Y aun así podría seguir preguntándome, ¿y por que existe la existencia? ¿Por qué no la nada? Y sobretodo ¿por qué se ha producido materia en la existencia?. Tras darle muchas vueltas (como muchos otros antes) he llegado a la conclusión de que nada tiene sentido. Es imposible que exista la materia pues aunque sea eterna no es comprensible su existencia. La misma existencia no tiene lógica, ya que sólo podemos llegar a dilucidar que es eterna sin ninguna razón. Esta ahí por que sí. Y aunque toda la existencia tuviera un sentido, no lo tendría. Es decir, cualquier motivo que pudiera tener la existencia para existir no tendría ninguna validez. Sea cual fuere. Mi conclusión es que nada de lo que vemos o de lo que puede haber tiene ningún sentido. Cuantas más veces lo pienso más convencido estoy de ello. Y cada vez que me repito esto en mi cabeza, mis deseos o ansiedades se desvanecen dejando aflorar la locura que a todo da sentido y razón, no pudiendo distinguirla así de la propia cordura.

Próximamente ¿hasta que punto es libre el ser humano?